La cantidad de marchas y el número de manifestantes ha menguado mucho, pero continúan actos de protesta y se extiende la lucha contra el racismo y la brutalidad policial.
Tras una semana de históricas movilizaciones a lo largo y ancho de Estados Unidos, la lucha parece desacelerarse con marchas más puntuales y de menor envergadura. No obstante, el movimiento sigue, se ha extendido a otros países que también tienen al racismo como una de sus bases estructurales, y perdura una masiva indignación por el asesinato de Floyd. Una indignación contenida que puede volver a estallar ante cualquier nuevo hecho de racismo o brutalidad policial en general.
El fin de semana vimos importantes marchas en América y Europa y la bronca popular se expresó también en algunos de los símbolos del racismo como las estatuas de Edward Colston en Bristol, Inglaterra, arrojada al río, y la de Winston Churchill en Londres. O la del rey Leopoldo II en Bruselas, Bélgica, que apareció este miércoles con pintadas antiracistas.
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Las acusaciones de “vándalos” y “minoritarios” a los manifestantes, llegaron de inmediato. Es lo que solemos escuchar de los políticos patronales y los medios hegemónicos cuando la bronca popular va un poquito más allá de lo que ellos consideran aceptable.
No obstante, el gobierno de Boris Johnson intentó enviar algunas señales de calma y moderación, evidenciando el temor a que la bronca crezca. En un mensaje dirigido a toda la población, pero especialmente a las decenas de miles que se manifestaron el domingo, el primer ministro británico sostuvo que "En este país y alrededor del mundo, sus palabras cuando murió –‘No puedo respirar’- han despertado la ira (...) y el sentimiento de discriminación al que se enfrentan las minorías étnicas: en la educación, en el trabajo, en la aplicación de la ley”. Y tras tirarse contra los “se saltan la reglas de la distancia social”, terminó diciendo, “Tenéis razón, la vidas negras importan. Y a todos los que han elegido manifestarse pacíficamente y que han mantenido la distancia social les digo: por supuesto que os escucho y os entiendo".
El martes, otra manifestación, esta vez en la ciudad de Oxford, exigió el retiro de la estatua de Cecil Rodhes, otro personaje imperialista. Así mismo, varios gobiernos municipales anunciaron que estudiarán quitar las estatuas de figuras racistas, en un claro intento de desalentar más movilizaciones. Otra muestra indirecta de que el movimiento que se desató por el asesinato de Floyd es grande y llegó para quedarse.
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También el martes, pero en Estados Unidos, dos estatuas de Cristobal Colón fueron objeto de la bronca popular. En la ciudad de Richmond (Virginia) en una nueva marcha contra el racismo, un millar de personas se congregó en el Byrd Park en solidaridad con los pueblos indígenas. Tras discursos de varios referentes de la protesta, los manifestantes pintaron el pedestal con frases como "Colón representa el genocidio", empezaron a corear "derribémoslo" y la estatua de bronce del conquistador terminó en un estanque cercano.
Tras el incidente, en el que no hubo detenciones, la estatua, erigida en la década de 1920 como regalo de la comunidad italoamericana, fue retirada el miércoles del estanque por el Departamento de Parques y Recreación, sin que se sepa dónde la han llevado.
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Paralelamente, en Boston (Massachusetts), el ayuntamiento se disponía a retirar este miércoles la estatua de piedra de Cristóbal Colón que hay en el parque homónimo, en una avenida del extremo norte de la ciudad, después de que durante la noche anterior fuera decapitada.
La cabeza de la estatua, que ya había sido objeto de otros ataques anteriormente, amaneció en el suelo. El alcalde de la ciudad, Marty Walsh, dijo que se guardará y se debatirá sobre la conveniencia de volverla a erigir.
Lo que pueden parecer meras acciones simbólicas e impotentes para cambiar un sistema que tiene al racismo y la represión policial como elementos constitutivos, hay que verlo en el contexto del enorme movimiento desatado. El mismo está dando otras expresiones igualmente puntuales pero muy auspiciosas, como el paro de camioneros y portuarios de Nueva York y San Francisco realizado el martes en honor a Floyd.
También resulta interesante las presiones que se vienen sumando hacia la burocracia de la central obrera estadounidense AFL-CIO para que desvincule a los sindicatos de policías que defienden a los represores y asesinos como Derek Chauvin y se dedican a pedir mayores garantías de impunidad.
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Al mismo tiempo, se abrió un nuevo contrapunto entre Donald Trump y el Pentágono. Después del cruce que tuvieron respecto al manejo de las grandes movilizaciones, ahora el presidente contradijo al Pentágono al rechazar la idea de cambiar de nombre a una decena de bases militares bautizadas en honor a generales confederados y defensores de la esclavitud.
El secretario de Defensa de EE.UU., Mark Esper, y el secretario del Ejército del país, Ryan McCarthy, habían anunciado el lunes que estaban "abiertos a una conversación bipartidista sobre el tema" de cambiar el nombre a las bases que son denunciadas por activistas de que glorifican un pasado racista.
Pero Trump dio carpetazo a esa posibilidad con una serie de tuits este miércoles, en los que aseguró que esas "bases monumentales y muy poderosas se han convertido en parte de una gran herencia estadounidense, una historia de ganar, de victoria y de libertad" y resaltó a los HÉROES con que se nombraron esos lugares “sagrados”.
La tajante postura de la Casa Blanca choca también con la tendencia que se está registrando en estados del sur como Alabama o Virginia, que están retirando algunos símbolos confederados a raíz de las denuncias de racismo que han surgido en las protestas. En Misisipi, el único estado que aún incluye el emblema confederado en su bandera oficial, el Congreso estatal está redactando un proyecto de ley para retirarlo. La Armada y la Infantería de Marina de EE.UU. confirmaron además esta semana que prohibirán en sus instalaciones el despliegue público de cualquier imagen que muestre la bandera confederada.
Todos símbolos, sí. Y con el objetivo perverso de relegitimar al brazo armado de la primera potencia imperialista, responsable de cientos de miles de muertos a lo largo de su historia en todo el mundo. Con el objetivo de desmovilizar a la población indignada y hacerle creer que algo puede cambiar sin cambiar nada de fondo. Pero al mismo tiempo una señal de que este gran movimiento está conmoviendo todos los poderes hegemónicos.